Viendo las multitudes que se arraciman estos días en la plaza de San Pedro de Roma me acuerdo de una vez en que un amigo y yo nos encontramos solos en ella a las tantas de la madrugada. Era septiembre de 1978, en plenos años de plomo del terrorismo, solo unos meses después de que las Brigadas Rojas asesinaran a Aldo Moro, eliminando con él la posibilidad revolucionaria de lo que entonces se llamaba el compromiso histórico, un acuerdo de gobierno entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista de Enrico Berlinguer, a quien muchos admirábamos con vehemencia en España. En la noche desierta de Roma pasaban como ráfagas los coches de los carabinieri con las luces azules giratorias y el largo silbido de las sirenas. Mi amigo y yo, mochileros modernos sometidos a una indigencia de peregrinos antiguos, nos alojábamos y comíamos gratis en un convento de monjas obreras, Le Piccole Sorelle di Gesù, en la zona entonces periférica de Tre Fontane, que se llama así en memoria de los tres saltos que dio la cabeza de San Pablo una vez decapitado, de cada uno de los cuales brotó, con gran sentido práctico, una fuente. Alguien de un movimiento de cristianos de base, como se decía en la época, me había dado en Granada un papel con la dirección del convento, y con el nombre de una monja catalana que entre los diversos trabajos que ejercía siguiendo la vocación proletaria de su orden estaba ocasionalmente el de malabarista en un circo.
Noche Vaticana
Scritto il 26/04/2025
da Antonio Muñoz Molina
A finales de los años setenta, dos jóvenes mochileros recorren Roma y desde la plaza de San Pedro ven una luz encendida en el Palacio Apostólico